Mientras que algunos relatos son bellísimos homenajes a Oliver Sacks, Joseph Brodsky e Ingeborg Bachmann, otros cuentos establecen un diálogo susurrado con animales o con objetos. Sin embargo, el grueso de la obra lo componen historias terribles contadas en apenas cuatro magistrales pinceladas, las suficientes para que la imaginación del lector recomponga el devenir de personajes perversos o trágicos, amenazadores o heridos, celosos o desvalidos. Y aunque la mayoría de los relatos transcurren en austeras habitaciones casi vacías, en otros la autora sale al exterior para convertirlo en un escenario apocalíptico.
Mientras que algunos relatos son bellísimos homenajes a Oliver Sacks, Joseph Brodsky e Ingeborg Bachmann, otros cuentos establecen un diálogo susurrado con animales o con objetos. Sin embargo, el grueso de la obra lo componen historias terribles contadas en apenas cuatro magistrales pinceladas, las suficientes para que la imaginación del lector recomponga el devenir de personajes perversos o trágicos, amenazadores o heridos, celosos o desvalidos. Y aunque la mayoría de los relatos transcurren en austeras habitaciones casi vacías, en otros la autora sale al exterior para convertirlo en un escenario apocalíptico.
Mientras que algunos relatos son bellísimos homenajes a Oliver Sacks, Joseph Brodsky e Ingeborg Bachmann, otros cuentos establecen un diálogo susurrado con animales o con objetos. Sin embargo, el grueso de la obra lo componen historias terribles contadas en apenas cuatro magistrales pinceladas, las suficientes para que la imaginación del lector recomponga el devenir de personajes perversos o trágicos, amenazadores o heridos, celosos o desvalidos. Y aunque la mayoría de los relatos transcurren en austeras habitaciones casi vacías, en otros la autora sale al exterior para convertirlo en un escenario apocalíptico.
En el Bausler Institut, un internado femenino situado en el cantón más retrógrado de Suiza, el Appenzell, se respira una densa atmósfera de cautiverio, sensualidad inconfesada y demencia. En estos parajes por los que paseaba el escritor Robert Walser, y donde se suicidó tras permanecer treinta años en un manicomio, se desarrollan la infancia y la adolecencia de la narradora, quien las rememora desde la madurez. En ese colegio imaginario que permanece, transfigurado, en la memoria, la narradora se sentirá irremediablemente atraída por la -nueva-: hermosa, severa, perfecta, figura enigmática que parece haberlo vivido todo, y que le deja entrever …
Frente a Lung, la joven protagonista de esta novela, los médicos, y no sólo ellos, se quedan perplejos: Lung nunca ha abandonado la costumbre de meterse el dedo en la boca, contesta a las preguntas mostrando el esmalte de las uñas y relata lúcidamente, con ligereza, los hechos de su vida; pero la claridad es sólo aparente y resulta fácil extraviarse entre sus palabras, por otra parte escasas; en cuanto a los hechos, podrían darnos escalofríos si no nos distrajera el tono ágil, desconsiderado y preciso de la narradora.
El tío-padre Jochim, la madre Marween, las trágicas …
Beeklam es un misántropo solitario que vive en un sótano de Amsterdam rodeado de estatuas. Son sus estatuas de agua, habla con ellas y evoca los recuerdos de su vida: una infancia perdida y la dependencia de un padre que un buen día, por fin, decidió abandonar para irse a comprar las estatuas con las que ahora pasa las horas. No está solo del todo, en realidad: comparte el exiguo espacio de sus silencios con Victor, su criado, con el que tiene una especial afinidad, quizá porque le recuerda a Lampe, el también extraño sirviente de su padre: todos ellos …
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